Aportes conceptuales para una Educación Vial desde la niñez
Autor: María Inés Maceratesi
En un momento donde todos nos cuestionamos el por qué de tantos accidentes que cuestan la vida a tantas personas, se oyen opiniones de todo tipo, desde la necesidad de legislar adecuadamente hasta lograr la internalización de las normas y el ejercicio de la autoridad por parte de los conductores y de quienes tienen que detentar la autoridad.
El problema tiene raíces demasiado profundas como para buscar soluciones simplistas e inmediatas.
Según los expertos en seguridad vial a los que se escucha a través de los medios de comunicación buscando aportar sus conocimientos para la solución del problema, el meollo de la cuestión estaría en la necesidad de impartir educación vial en las escuelas mientras que otros se inclinan por la necesidad de contar con leyes que castiguen a los infractores y otros tantos se vuelcan a soluciones varias. Lo que a mi entender no debería hacerse es buscar una solución afuera sino adentro. ¿Y qué quiero decir con buscar adentro?.
Un análisis más profundo nos puede acercar a una solución que nunca será dada en lo inmediato pero que necesariamente debe comenzar a producirse.
El problema del tránsito, de lo mal que conducen los argentinos, de la velocidad que imprimen a su automóvil, el desprecio por las normas de seguridad entre otras, no pueden enfocarse individualmente porque el problema es global y abarca todas las instancias personales, grupales y sociales.
El problema del tránsito y la reiterada profusión de accidentes se podrá revertir cuando volvamos a centrarnos en la persona y en qué le pasa a una persona cuando conduce con sueño, alcoholizado, drogado, violento, irritado, eufórico o sencillamente despreocupado de sí mismo y de su entorno.
La palabra clave para comenzar un análisis sería: conducta.
La conducta tiene que ver con la conducción y también con la actitud. La actitud es una disposición del ánimo de lo cual se deduce que el ánimo del conductor tiene que tener disposición para actuar con responsabilidad. Y ánimo tiene que ver con espíritu, con energía, con valor, energía para obrar, fuerza de voluntad, carácter. La actitud es la respuesta que se da a alguien o a algo, es aprendida y relativamente permanente.
Las actitudes son aprendidas, tienden a ser permanentes y estables con el tiempo y están dirigidas hacia un objeto o situación particular.
No están limitadas a una dimensión individual sino que afectan a todo cuanto nos rodea, sean personas o situaciones.
Las actitudes se componen de tres elementos
- lo que se piensa (componente cognitivo)
- lo que se siente ( componente emocional)
- manifestación de los pensamientos o emociones (componente conductual)
Las emociones están relacionadas con las actitudes de una persona frente a determinada situación, cosa o persona. Entendemos por actitud una tendencia, disposición o inclinación para actuar en determinada manera. Ahora bien, en la actitud (preámbulo para ejercer una conducta), podemos encontrar varios elementos, entre los que descollarán los pensamientos y las emociones. Las emociones son así ingredientes normales en las actitudes.
Todos tenemos determinadas «actitudes» ante los objetos que conocemos, y formamos actitudes nuevas ante los objetos que para nosotros son también nuevos.
Una vez formada, es muy difícil que se modifique una actitud, ello depende en gran medida del hecho de que muchas creencias, convicciones y juicios se remiten a la familia de origen. En efecto, las actitudes pueden haberse formado desde los primeros años de vida y haberse reforzado después. Otras actitudes se aprenden de la sociedad, como es el caso de la actitud negativa ante el robo y el homicidio; por último otros dependen directamente del individuo.
¿Se pueden modificar las actitudes?
Hay veces que las actitudes pueden modificarse, por ejemplo, una persona puede cambiar de grupo social y asimilar las actitudes de éste pero lo que en mayor grado puede cambiar una actitud es la información que se posee acerca de un objeto.
Aprendemos actitudes del mismo modo en que aprendemos todo lo demás.
Al aprender la información nueva, aprendemos los sentimientos, los pensamientos y las acciones que están en relación con ella. En la medida en que seamos recompensados (reforzados) por ellas, el aprendizaje perdurará.
En el caso puntual del tránsito, hay una convergencia de actitudes:
Las del peatón y las del conductor de un vehículo y, es curioso como los choques que se producen entre vehículos tienen que ver con el choque que también se produce entre actitudes.
El gran problema de la actualidad en todo sentido reside en que han desaparecido los parámetros para valorar ciertas conductas, han desaparecido valores y cada cual es dueño de su propia vida y de la vida de los otros y cuidado con meterse a decirle a otro que se cuide o que está haciendo algo que lo perjudica no solo a él sino a su entorno porque surgen respuestas del tipo: «ocupate de tu vida que yo me ocupo de la mía» o lo que es aún peor: «mi vida es mía y con ella hago lo que me place».
Respuestas como ésta revelan un profundo individualismo y poca valoración de la propia vida como el bien más preciado de una persona.
La educación vial tiene que encuadrarse dentro de la educación global de toda la persona, no puede tomarse fragmentadamente y comenzar a informar sobre normas, señales y disposiciones a un individuo que no está lo suficientemente maduro emocionalmente. El tema tiene que insertarse dentro de lo que se denomina una formación permanente tendiente a formar personas íntegras o integradas en sus aspectos físicos, psíquicos, morales, sociales.
Algo así no significa un momento puntual en la vida de cada actual o futuro conductor sino que requiere un inicio, sí, pero no tiene un final sino que continuamente deberán instrumentarse herramientas de educación y formación que parten desde el entorno primario como es la familia y continúan en la escuela y todos los ámbitos donde una persona desarrolla su vida.
El rol de la familia
En la familia se aprenden los valores básicos que posibilitan la convivencia fuera del núcleo familiar y la edad en la que se incorporan dichos valores, según Erikson, tiene a los siete años como edad límite; más allá de esa edad, no quiere decir que no puedan reeducarse las personas pero sí se hace mucho más difícil y dependerá de la calidad de la socialización que se haya establecido.
Los cuidados primarios pasan por el cuidado del cuerpo: los padres tendrán que estar atentos y adelantarse a la posibilidad de un accidente casero por ejemplo, alertando y enseñando a los niños a evitar actitudes que pueden llevarlos a sufrir un accidente.
Enseñar a cruzar la calle respetando el semáforo y tomar todas las precauciones necesarias para hacerlo de modo de tratar de evitar ser atropellado por algún conductor distraido pero también a tener cuidado de no provocar como peatón un accidente innecesario circulando a pie o con algún rodado (bicicleta, rollers, ciclomotor, motocicleta) ya que, una vez producido el error o el accidente, las consecuencias pueden llegar a ser irreversibles.
Y aquí entra el tema de la muerte. Sería muy conveniente conversar en familia sobre la irreversibilidad de la muerte. Nadie puede ser ingenuo y pensar que por huir de ella vivirá por siempre pero tampoco hay que educar en la ingenuidad de que, a pesar de las imprudencias que se cometan, no llegará si no es el momento.
El tema es muy pero muy profundo pero, para sintetizar podríamos decir que tendríamos que comenzar a educar a partir de la familia en la valoración total de la persona como una unidad indivisible pero que a la vez forma parte de una red de relaciones en los que tiene que primar la solidaridad.
Educar para ejercer una autonomía (que nunca es total) y una libertad (que nunca es total) que deben ejercerce en el marco de una red más amplia que se llama sociedad y, en las sociedades maduras el respeto en el marco de los derechos humanos y civiles es prioritario.
No podremos pensar en una sociedad democrática mientras no internalicemos la norma de que los derechos propios terminan donde comienzan los de los otros.
El rol de los diferentes actores sociales
Las autoridades y los funcionarios que elaboran normas y principios válidos para todos los habitantes de una nación, también tienen su cuota de responsabilidad porque son los encargados de establecer una red de responsables sin saltearse ninguna, desde el agente de policía que está parado en una esquina jugando con su celular, hasta el ministro, el diputado o el senador que cubre una banca en el Congreso y comete muchas infracciones en su vida diaria.
Vida privada y vida pública no son dos dimensiones aisladas, tenemos que recuperar aquello que nos decían nuestras madres cuando éramos pequeños, por lo menos la mía me lo decía: “aunque yo no te vea cuando hacés algo que no está bien…siempre hay alguien que te ve”. Y uno tenía no miedo sino respeto y esa intención de no ser descubierto en la infracción que hacía que, al momento de realizar una travesura que podía tener consecuencias malas, lo pensáramos y pusiéramos un freno para no seguir adelante en el intento. Hoy es quizá, al revés, sabemos que hay acciones de consecuencias nefastas pero igual se llevan a cabo porque no hay freno, nos han convencido de que frenar alguna emoción puede tener consecuencias poco saludables, que hay que probar de todo, sentir de todo y de cualquier manera y dejarse llevar por la vida que fluye. Esta actitudes generalmente terminan en acciones delictuosas porque al no haber un freno interior que nos diga qué está bien y qué está mal, terminamos confundiendo o mejor dicho fundiendo el bien y el mal en algo híbrido de lo que ya no tenemos conciencia. La clave está aquí, en la conciencia que es el lugar de las decisiones, el lugar donde se juega la sutil diferencia entre la vida y la muerte.
Discernimiento, reflexión, responsabilidad y voluntad
Y las opciones conllevan todo un discernimiento y una reflexión, un entrenamiento y una puesta en práctica en base al ensayo y error en el que no estamos solos sino que contamos o deberíamos contar con una red de apoyo familia, escolar, social y político.
La responsabilidad en los mal llamados accidentes viales la tienen o la tenemos todos y si no comenzamos a cambiar cada uno de nosotros para que todo cambie, no busquemos afuera lo que no tenemos adentro. Los accidentes no son sino imponderables, inevitables y producto de la fatalidad, del destino o como quiera denominárselo.
Los errores en la conducción vehicular, los caminos mal señalizados, las carreteras mal construidas, los vehículos en mal estado, los cruces de calles y rutas por lugares no permitidos y muchas cosas más son solamente errores humanos y por lo tanto corregibles y perfectibles mediante la voluntad.
Para concluir no podemos de señalar algunos recursos para poner en práctica:
En primer lugar y considerando el papel primordial de la familia como formadora de personas libres y responsables:
- Conversar el tema seguridad en familia
Incorporar en los niños pequeños hábitos de seguridad primaria (no tocar los enchufes, no subirse a los muebles, no correr por lugares peligrosos donde pueden chocarse con muebles cortantes, no saltar desde camas altas hasta el piso con el riesgo de morderse la lengua, no jugar con fósforos, cuchillos de cocina u otros, etc.
Rol fundamental: el de los padres, abuelos y quienes los cuiden ocasionalmente, que sean personas que realmente entiendan los peligros que entraña el interior del hogar y busquen proteger a los niños de situaciones riesgosas para su vida. Hay adultos que opinan que a los niños hay que dejarlos experimentar todo lo anteriormente dicho porque la vida les deparará muchos desafíos pero me pregunto ¿por qué no preparar el terreno y esperar esos momentos de la vida con la armadura de la sensatez? De todos modos opiniones hay de sobra.
- Cuando los niños ya van a la escuela:
Enseñarles a cuidar sus útiles, a no destruirlos, a quererlos.
Que respeten a su maestra o maestro y a sus compañeros
Evitar los juegos bruscos que pueden terminar en importantes lastimaduras.
Enseñarles a no empujar, a respetar el paso de las personas por una puerta y no entrar abriéndose paso a los codazos.
Ir por la calle viendo que hay gente que va en nuestro mismo sentido y otra que viene en sentido contrario. Correrse cuando haga falta aunque el otro no lo haga porque se demuestra buena educación.
Pedir permiso, dar las gracias, saludar: decir buen día, buenas tardes, buenas noches, hasta mañana, darse un beso de buenas noches.
Levantarse a la mañana y darse los buenos días, preguntar si alguien quiere que le prepare el desayuno, ayudar a los hermanitos menores a vestirse, a hacer las tareas.
Limpiar lo que ensuciamos, ordenar la habitación propia y si es posible (por qué no) la de otros y el baño y otros después copiarán la actitud y harán lo mismo (reciprocidad)
No gritarnos ni insultarnos (hoy todos los chicos se llaman igual: » boludo”).
Y así podríamos continuar pero solamente lo hago para que podamos pensar que estos mínimos hábitos que una vez incorporados no se borran, influyen en toda nuestra vida presente y futura de relación con otras personas que no son ya de nuestra familia.
Inciden en la calle, en otras casas, en reuniones, en lugares públicos, en el desarrollo de actividades deportivas, sociales, políticas, gremiales, y también en el tránsito.
Conclusiones
Por eso y para concluir con esta reflexión sobre la seguridad vial desde el ser persona me gustaría decir que formación, información, reflexión y educación son elementos inseparables que forman parte de una educación sistémica a la cual nos referiremos en otra reflexión.
Formar equipos interdisciplinarios de estudio y reflexión para mejorar la circulación del tránsito vehicular y peatonal será un desafío a emprender. En esos equipos debería haber psicólogos sociales, psicólogos clínicos, educadores (maestros, profesores, padres de familia) periodistas y comunicadores y también expertos en vehículos y en vialidad, etc.(responsables de automotrices, funcionarios públicos)
Presentar un proyecto de ley que lleve a este fin y sea avalado económicamente por el estado y las entidades privadas interesadas en el tema.
Buscar que los programas que emiten los medios de comunicación incorporen contenidos orientados al cuidado de la vida en tránsito.
Los pilares de la seguridad vial:
Formación integral de los niños como personas para ser personas con capacidad moral de ver, pensar, actuar.
Ámbitos: familia, escuela, sociedad, iglesias
María Inés Maceratesi
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